Para poder dedicarte a la música de manera profesional, debes tener ese compromiso con lo que haces, de nada sirve que lo tomes como hobby, no te formes y no quieras saber acerca del negocio, te dejo una buena historia de un grupo del que también soy fan y sirve de un ejemplo claro de que debe ser un compromiso con la música sobre todo la odiada y admirada figura de Jim Morrison.
The Doors:
“Al principio, todo estaba muy tranquilo”. En 1966 el Sunset Strip de Los Ángeles todavía era aquel tramo de Sunset Boulevard en el que había alguna que otra sala de conciertos de rock. Por ahí se movían los grupos locales, entre los que estaba uno que habían formado el teclista Ray Manzarek, el batería John Densmore y el guitarrista Robby Krieger con un poeta-cantante obsesionado con Nietzsche y llamado Jim Morrison. Entonces la principal ocupación de The Doors (igual que Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, una de las biblias de la autoexploración mental a través de las drogas) era “intentar conseguir un trabajo”, como explica medio siglo más tarde Krieger: “Queríamos tocar”.
“Finalmente, conseguimos un trabajo en el London Fog, que era un local que estaba al lado del Whisky a Go Go, que era donde todo el mundo quería actuar”. Era “una época agradable, en la que no había mucha gente”, evoca en una conversación telefónica Robby Krieger (Los Ángeles, 1946). “Pero empezó a llenarse cada vez más y más”.
“Un día, nos dijeron que si nos apetecía tocar en el Whisky a Go Go. Y para todos fue como: ‘Oh, Dios mío. No estamos preparados para ello’. Ni siquiera nos atrevimos a devolverles la llamada durante dos semanas. Hasta que finalmente lo hicimos y comenzamos a tocar en el Whisky todos los días”. Y unos meses después “Sunset Strip floreció: cada vez venían más críos, tipos con el pelo largo, beatniks… Era una época increíble. La gente joven se plantó y dijo: ‘¿Quién tiene el poder? Podemos cambiar cosas’. Fue entonces cuando estalló la desobediencia contra la guerra de Vietnam. Y nosotros fuimos una parte más de todo aquello”.
Una época que quedó plasmada en aquel primer disco de The Doors, del que se cumplen más de 50 años de su publicación por el sello Elektra y que Warner recupera ahora con una edición especial remasterizada en mono y estéreo que incluye un concierto en la sala Matrix de San Francisco. “En torno a 1968 o 1969, las cosas se dieron la vuelta completamente. Pero 1967 fue posiblemente el mejor año que haya habido jamás”, sentencia Krieger sobre aquella época.
Tras la muerte de Morrison en 1971, con 27 años, los tres supervivientes del grupo intentaron mantener The Doors durante algún tiempo, hasta que probaron en solitario. En 2002, Krieger y Manzarek intentaron resucitar el grupo con Ian Astbury de The Cult como vocalista sustituto de Morrison. La negativa de Densmore a formar parte de aquello y el consecuente incidente legal obligaron a renombrar el proyecto como The Doors of the 21st Century, que estuvo tocando en directo canciones del grupo hasta la muerte de Manzarek en 2013.
“Es un poco solitario ser uno de los dos que quedan en pie”, dice Krieger, “pero supongo que es mejor que estar bajo tierra”, se ríe. “Por eso, cuando la gente me dice que soy una leyenda, no me siento como tal. Tan sólo hicimos buena música y me alegra que a la gente todavía le haga feliz escucharla”.
De hecho, The Doors estuvieron más cerca de caer en el desagüe por el que se fueron muchos grupos de la época que de convertirse en uno de los iconos musicales de los 60. “Sucedió todo bastante despacio”, confiesa Krieger. “El álbum salió en enero y se publicó Break on through como single, pero no funcionó bien. Sabíamos que habíamos hecho un gran disco, pero empezamos a preocuparnos y a pensar que nadie lo escucharía. Y a deprimirnos. Poco a poco, unos tipos de un par de estaciones de radio se lanzaron a pinchar Light my fire, que era demasiado larga para que sonase en AM, que era donde tenía que estar si querías conseguir un éxito porque apenas había emisoras de FM. Nos dijeron que teníamos que recortar aquella canción hasta los tres minutos, cosa que finalmente hicimos. Y, cuando salió, todo el mundo se volvió loco y nos convertimos en un fenómeno en todo el país”.
El sonido del álbum salía del blues, pero también de Kurt Weill -Alabama Song (Whisky Bar)-, y terminaba con The End, una pieza de 12 minutos en la que Jim hacía un speech edípico sobre acostarse con su madre. “Fue el resultado de una progresión natural para nosotros. Cada uno de los cuatro estábamos metidos en un tipo de música diferente: yo, en el flamenco y el folk; Ray tocaba más blues y cosas de Chicago, que era de donde él venía; John había estado en grupos de jazz y era más jazzero que rockero. De algún modo, cuando tocábamos juntos nos salía algo… psicodélico. No sé cómo explicarlo”.
Esa particular mezcla, más el trabajo colectivo en las grabaciones de los discos o sus directos no explican por sí solos el éxito del grupo. Porque estaba alguien como Jim Morrison. “Supimos que él iba a ser la figura central del grupo, pero también que sin nosotros tres él no sería capaz de lograr nada”, sentencia el guitarrista. “Jim no tenía ni idea de música, y él mismo lo sabía. De ahí su idea de dividirlo todo de manera equitativa entre los cuatro. Se dio cuenta de que era un esfuerzo grupal. Así, muchas veces que nos anunciaban como ‘Jim Morrison & The Doors’, él saltaba: ‘No, es The Doors‘. Él siempre supo de dónde venía y que éramos un grupo de verdad”. Pero para el público era una historia diferente, “porque él era tan bien parecido, tan loco, tan… todo, que eso concentraba toda la atención. Tampoco nos importaba tanto, porque la mayoría de los grupos no tienen un gran cantante como él. Es muy raro tener a alguien como Jim o Mick Jagger a tu lado”.
Así que tampoco le molesta que todavía se siga pensando en Morrison como el cerebro central y que a veces se olvide la aportación de los otros tres miembros del grupo. “Confío en que la gente supiese que yo escribí una parte de aquella música, en vez de asumir que todas las canciones eran obra de Jim. Creo que, a medida que pasa el tiempo, la gente es más consciente de la realidad”.
“Antes de convertirse en un icono”, relata el guitarrista, “Jim era un tipo normal que escribía letras geniales. Y ésa fue realmente la razón por la que empezamos el grupo, por sus letras: ‘Nademos hacia la luna’, en Moonlight drive”, recuerda. “Era genial trabajar con él, especialmente en aquellos primeros tiempos. Entonces vivió en mi casa durante dos meses e hicimos un montón de cosas juntos. Fueron mis mejores días con Jim”.
Para Krieger, “la gente necesita creer en algo que ellos no sean capaces de hacer. Y alguien como Jim era tan inusual…”. Según recuerda, “no le preocupaba lo más mínimo el dinero, ni siquiera se compró una casa; sólo tenía un coche que estrellaba una y otra vez”. Por eso su recuerdo sigue acompañándole: “Nunca he conocido nadie como él: estaba en un plano diferente, le preocupaban diferentes cosas que a ti o a mí. Siempre decía que él vivía The Doors las 24 horas del día. Cada vez que terminábamos una grabación, nos decía: ‘Vosotros volvéis a casa con vuestras novias o esposas, pero yo sigo metido en esto’. Y era de verdad. Su compromiso era real. Era como Jesucristo muriendo por todos nosotros”.
Un mesianismo que, en su caso, no tuvo connotaciones polítcas: “The Doors nunca fue un grupo político desde la perspectiva actual. Un poco en Five to one, que era una llamada a la revolución, y en Unknown soldier. Pero era todo muy sutil, nada de este es el camino correcto y éste el incorrecto, así que tienes que hacer esto”.
Krieger, que sigue tocando en directo temas de The Doors junto a su hijo, anuncia que está dispuesto a cerrar viejas heridas con el otro superviviente del grupo en este aniversario. “Intenté que John participase en un par de conciertos y estamos en negociaciones para hacer algo en directo juntos”, explica. “Pero tampoco puede tocar mucho, porque tiene acúfenos y su audición no es muy buena. Aún así, aunque no pueda hacer una gira completa, estaría muy bien que pudiese participar en un par de shows con motivo de estos 50 años”.
Todo, dice, para lanzar un mensaje más necesario que nunca en estos tiempos de enfrentamiento. “La música es lo único que le gusta a todo el mundo. No importa la orientación política o la religión: todos ponernos de acuerdo en eso, en la música. Y si podemos ponernos de acuerdo en eso, podemos coincidir en otras muchas cosas”, reflexiona. “He conocido a mucha gente que formó grupos en Polonia, Checoslovaquia u otros países de la antigua órbita soviética, y aunque el rock estaba prohibido, lo seguían escuchando en emisoras piratas o cómo fuese. No puedes pararlo: no puedes detener la música”.
Fuente: El País